Sufragio universal

El sujeto al que ven ustedes sobre estas líneas debatiéndose entre el coma etílico y el estado vegetativo hace tan solo unas horas (gracias por la celeridad, Tito), que ya no podía ni tragarse sus propias babas de tanta cerveza como se había insuflado, posiblemente ya desde el albor de la jornada de reflexión, y al que sin pérdida de generalidad podemos llamar Wilson y suponer que procede del Ecuador, estará ejerciendo en este mismo momento, si no ha muerto ahogado por su propio vómito, su derecho al voto en España en unas Elecciones Generales que han aportado a nuestro acervo cultural el feísmo y la contaminación visual habitual en estos casos: bestiarios callejeros, piques ininteligibles en los comentarios de Youtube y alguna campaña de concienciación aneja que ríete tú del bus ateo.

En Ecuador, un país en el que, como ya comenté en el Twitter, existe una Ley Seca que entra en vigor treintayseis horas antes y hasta doce después de los comicios, donde hasta hace nada, e igual que se sigue haciendo en Chile o Argentina, hombres y mujeres votaban en mesas separadas para evitar tocamientos, donde está prohibida la inscripción en el censo de ‘locos o dementes, ebrios consuetudinarios, vagos y tinterillos’ (sic) y donde el abuso del alcohol y de las armas permea todo el reglamento electoral, a Wilson le habrían despachado del colegio de un culatazo para depositarle en la acera más cercana, porque allí gilipolleces las justas. Sin embargo en España, el país donde a los permisos de residencia se adjunta una carta del Monopoly que vale por una salida de la cárcel, y donde los derechos humanos se extienden a los simios, y próximamente también a las amebas fosilizadas de Marte, Wilson habrá conseguido ejercer el sufragio: no sabemos si a dos o a cuatro patas, si con su nombre o el de su prima, si con boli o a lapazos, pero seguro que habrá votado. Y supongo que a Correa. No puedo esperar a las próximas municipales.